A la vuelta de la esquina

Llevaba tiempo detrás de él. Muchos me habían hablado del palmero que vivía en el norte de Senegal, cerca de Saint Louis, donde tenía una finca y criaba cabras para hacer queso. Me apetecía mucho contar esta historia, la historia de Nereo Cabello. Y lo hice. Pero, como en todos los reportajes que he ido trenzando a lo largo de los veinte años que llevo en esto del Periodismo, hay detalles, destellos, frases, aprendizajes personales, que luego no se trasladan al papel (uy, que nostálgico, quise decir más bien a la pantalla del ordenador). Y Nereo Cabello me dijo algo que se quedó ahí dentro, en la trastienda.

Paseábamos por su finca de plataneras junto al río Senegal y yo le pregunté su edad.

– «Sesenta y dos años», me dijo, «¿y tú?».

– «Pues yo tengo cuarenta», le contesté.

– «Vale, entonces ya has doblado la esquina», respondió con una sonrisa. Sonreí también. Y la conversación siguió su curso entre plátanos y cabras, sueños y realidades.

Luego, volví a Dakar. Como muchos sabrán, desde octubre de 2011 vivo en esta ciudad africana donde intento salvar algunos muebles del naufragio. Me agarro a este oficio mío de contar historias para seguir a flote. De allí, me fui a Malí, en realidad el primer país del África negra que tuve ocasión de conocer, hace más de ocho años, a donde volví en varias ocasiones. Algo me tira siempre hacia allí, como un imán. Ahora es un conflicto de esos que estremecen, largo, oscuro y violento, de esos con niños soldado, traficantes y armas, pero también con historias de amor y solidaridad que iluminan, siempre, el camino.

En Mopti (Malí) con los milicianos de Ganda Izo que se preparan para la guerra.

Y regresé a Senegal, y luego a España, y de vuelta a Senegal. Y en este ir y venir, en este trasiego entre muchos mundos que se tocan y se entremezclan, intento seguir a flote. Y mil historias me acontecen y otras tantas que persigo para luego contarlas. Por eso pensé que había llegado el momento de abrir una nueva ventana donde meter lo bueno y lo malo, lo ordinario y lo extraordinario, las cosas que ocurren y las que dejan de ocurrir.

En 2009 abrí mi primer blog. Se llamaba Los Invisibles porque mi empeño estaba centrado en hacer visible lo que pasa desapercibido, en acompañar a los que hacen ese viaje soñado hacia Europa y narrar los detalles de una epopeya que aún continúa y que ha llenado de muertos las playas de ambas orillas, las nuestras y las de ellos. Luego aquel blog se refugió bajo las ramas del baobab de GuinGuinBali. Y seguí contando.

Sin perderlos de vista, sin olvidarme de quienes tanto me dieron y a quienes tanto tiempo y esfuerzo dediqué, hoy me llaman otras historias. Y la vida, la inesperada travesía de la que hablaba León el Africano, me ha traído a nuevas tierras donde sigo contando. No aspiro a mucho más. Cumplir con mis obligaciones, ser fiel a mí mismo y levantarme y enderezar el rumbo cada vez que me caigo o me equivoco.

Sí, Nereo, doblé la esquina, pero maravillas y miserias dignas de verse y de ser vistas me esperaban al otro lado. Ojalá que este nuevo blog que hoy les presento sirva para transmitirles algo de mi pasión por este oficio mío, pero también para superar distancias y barreras. Les invito a que caminen conmigo. Búsquenme en este blog, en esta nueva aventura. Yo seguiré por aquí, yendo y viniendo, intentando contar, hasta que doble la próxima esquina.